viernes, 8 de noviembre de 2013

Relicario

Rebuscó entre la caja pasando con costosa dificultad las fotos que se apilaban unas encima de otras. Eran muchos años de recuerdos que apenas pasaba en unos segundos mientras las imágenes se montaban como un video en su cabeza. Los videos evocaban momentos antiguos que se evaporaban conforme una foto iba cayendo encima de la siguiente y la siguiente imagen formaba otro recuerdo que le golpeaba con fuerza.
La habitación estaba completamente en penumbra, solo una ligera luz entraba por los resquicios de la persiana, proveniente del jardín. Por debajo de la puerta del estudio un pequeño resplandor amarillo ofrecía algo más de luz al habitáculo.
Dejó la caja encima de la mesa, junto a un montón de papeles desperdigados, quizá el borrador de una novela que jamás terminaría. En la mesa, un calendario enseñaba el sexto día del sexto mes.
Cogió otra caja del fondo del armario y la destapó, recorriendo las fotos con los dedos, aquellas fotos que él jamás abría hecho. Quizá eran menos que las que cualquier persona haría, pero eran muchas a pesar de ello. Habían sido tantos años. Entre las fotos había sobres con cartas, postales, felicitaciones. Había tantos recuerdos en esas pocas cajas, tantos recuerdos que solo abría una vez cada año. La puerta sonó tres veces, ni una mas ni una menos.
-¿sí?-preguntó el hombre mientras cerraba las cajas y las metía rápidamente en el armario.
-No tienes que esconderlo cuando entro-dijo una voz dulce desde detrás de la puerta, el picaporte se giró y  dejó entrar la luz del pasillo. Desde detrás una mujer se aventuró hacia el umbral del cuatro. Tenía el pelo claro, como la luz durante las primeras horas de la mañana. Sus ojos azules lo miraban, insondables como dos grandes masas de agua, pudiéndote ahogarte con tan solo mirarlos. En su mano, una taza humeante le llevaba un delicioso aroma a cacao, muy espeso como a él le gustaba. Ella dejó la taza en la mesa, depositó un beso en la frente del escritor y cogió su mano hasta ponerla en su vientre.-Te esperamos en la cama-dijo casi como un susurro. Después se alejó andando hasta el umbral de la puerta otra vez.
-Gracias por estar siempre conmigo-dijo él mientras colocaba la taza caliente en sus manos. El calor recorrió todo su cuerpo hasta la punta de sus pies. Ella simplemente le sonrió cerrando la puerta y dejando todo como si nunca hubiera entrado, solo aquella taza humeante en las manos de aquel hombre.

Volvió a abrir una de las cajas, como cada año, solo durante ese día, para recordar lo que había perdido.

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