martes, 3 de abril de 2012

Miedo


El lápiz bailaba entre sus dedos absortos a lo que le rodeaba, la pequeña habitación de un verde oscurecido por las sombras que se resguardaban de la luz que provenía de la calle, con apenas cuatro muebles que la hacían casi intransitable. En la mesa descansaba el ordenador, todavía con la luz parpadeante, se había olvidado de él y lo veía agonizar mientras la luz se iba haciendo más oscura y los parpadeos mas pausados. El lápiz volvió a bailar, era una fea manía que había adquirido, una forma de dirigir sus nervios, el lápiz giraba una y otra vez entre sus dedos y cuando su mente divagaba entre sueños el lápiz caía haciendo un molesto ruido. Pero no había nadie que le dijera nada, la habitación se encontraba en completo silencio, más que la habitación la casa y más que la casa la calle. Todo se encontraba en un silencio sepulcral solo roto por el ruido de aquel lápiz chocar contra el suelo.
Arquímedes lo observaba desde la mesa, sentado sobre sus cuartos traseros. Arquímedes era un gato negro, muy negro, tan negro como la tela que cubre a la muerte. Tenía el pelo corto y suave, que brillaba como un diamante cuando alguna luz incidía sobre su pelo. Sus orejas eran rectas y puntiagudas atentas al más mínimo ruido. Sus ojos, de un color amarillo, observaban quietos atentos a cualquier movimiento, mas sin moverse un ápice. Sus dientes, eran blancos como el nácar y afilados como una daga. Sus garras, afiladas se encontraban guardadas, y su cola yacía sobre la mesa, como algo inerte. Cualquiera que hubiera entrado en la habitación hubiera dicho que era un peluche si no fuera por el pecho que subía y bajaba al ritmo de su respiración.
-No voy a dormirme Arquímedes déjalo-la voz del hombre era aguda, no se proporcionaba con su aspecto, ni siquiera con su personalidad, el gato pareció entenderle y dejó su postura calmada para pasear por la mesa, era un espécimen excepcional, casi parecía una pantera que andaba de un lado para otro. Grácilmente saltó de la mesa al sinfonier, donde deslizó su cuerpo por las distintas figuras que reposaban encima, del sinfonier saltó a una estantería y la recorrió entera por encima de los volúmenes de los libros, hasta colocarse en la siguiente estantería que quedaba encima de la cama.
-Te he dicho que lo dejes, no es tu hora-el hombre volvió a girar el lápiz con los dedos, mas rápido, se le cayó enseguida y tras recogerlo se le volvió a caer, sus manos eran torpes, se habían vuelto nerviosas, el gato se tumbó encima de la estantería observándole. Él parecía ignorarle mirando hacia la ventana, con el lápiz fuertemente sujeto entre las manos. En el suelo descansaban folios y folios en blancos, algunos doblados como si fueran pelotas, otros rotos en mil trozos y esparcidos por el suelo, algunos con más suerte habían sido transformados en animales y deambulaban por encima de la mesa, situados de forma arbitraria. Lo único que tenían en común todos aquellos trozos, es que ninguno había sido manchado, ni rayado, ni escrito. Ni la más mera gota de tinta había caído encima del papel, todos gritaban desde el suelo, maldiciendo a quien había dado un uso absurdo de su vida.
El hombre ignoraba sus quejas, y fijaba la vista en el ordenador, la pantalla ya se había apagado y la luz que indicaba que estaba en marcha cada vez parpadeaba menos veces. No recordaba porque lo había encendido, quizás para ver algún dato absurdo que no le importaba a nadie, quizá solo buscase el calor que desprendía, quizá solo buscase la complicidad de otra persona que en la silenciosa soledad estuviera buscando algún dato absurdo que no le importaba a nadie.
-Al final te dormirás- Una voz fría hizo que desviara la mirada del portátil hacía la estantería, Arquímedes reposaba, con la mirada fija en su cuerpo- Siempre te duermes, es lo que haces.
Su voz, era suave, pero fría, un frío seco que te eriza el pelo y te hace temblar.
-¡Cállate!-Le gritó el chico, mientras aspeaba los brazos y le tiraba el lápiz, Arquímedes ni se inmuto, el lápiz golpeo la estantería y se partió por la mitad volviendo a caer en la cama. Él lo recogió y maldijo tirándolo en una bolsa que tenía para esos menesteres, al estirar el brazo la luz dejó ver los arañazos que se extendían desde la muñeca hasta más de la mitad de él.- ¿Por qué no te marchas? Lárgate y déjame estar.
El gato sonrió enseñando sus dientes blancos, en una sonrisa casi diabólica.
-Sabes que no puedo, no puedes estar solo, y por eso estoy aquí-el gato bajo de los libros y se situó en el borde de la estantería mirando hacia abajo, donde descansaba el hombre-La culpa es tuya, deja de pensar.

-No puedo dejar de pensar, es como si me pidieras que dejará de vivir-dijo el hombre mientras cogía otro lápiz de la caja.

-Pues deja de vivir-Contesto Arquímedes, casi en un carcajeo, como si el acto de dejar de vivir fuera lo más divertido que le podía pasar.
-Piérdete Arquímedes, no dormiré-le contestó con rabia, con rabia contenida.
-Nunca me gusto ese nombre-contesto el animal-¿Por qué Arquímedes?

-Me pareció un buen nombre para un gato….pero tu…-Dijo el sin terminar la frase.
-Que estúpido eres-contestó Arquímedes –pero no importa mi nombre.
El sonido de un reloj sonó de fondo indicando que eran en punto, y una campanada siguió a otra y a otra y hasta 4 veces más.
-Es tarde, tienes que dormir, debes de dormir-Dijo Arquímedes impaciente.-No, pronto será de día y tu no tendrás poder- Los ojos del animal se volvieron más brillantes, arqueó la espalda y de un salto descendió hasta os pies de la cama, el hombre instintivamente aparto los pies y Arquímedes le miró a los ojos. Sus ojos eran más grandes. Avanzó un paso y cada vez que lo hacía su cuerpo crecía, se estiraba y se hacía más grande, cuando llegó al pecho, sus zarpas eran del tamaño de una mano y el pequeño gato era un enorme felino, del tamaño de un tigre, le miraba con sus ojos amarillos, notaba el peso de su cuerpo encima de él, un peso que le no le dejaba respirar, le oprimía hasta el dolor, hasta que el poco aire que retenía escapaba en una bocanada.

-No eres más que un niño con miedo a la oscuridad-la voz golpeó al hombre en la cara helando su alma, helando cada parte de su cuerpo hasta los pies.- y no siempre podrás estar despierto.

La luz del sol se filtraba por las ventanas, se colaba por las rendijas y avanzaba lentamente, la mirada del hombre se fijo en ellos, que cruzaban el suelo rápidamente con la ascensión del sol hasta encaramarse a la cama, cuando volvió a mirar encima de él no había nada, la presión se había marchado de su pecho, como si nunca hubiera existido.
El despertador sonó varias veces, se puso los pantalones vaqueros oscuros, que se encontraban tirados en una silla, sacó una camiseta cualquiera de un cajón del armario, recogió la cartera, las llaves del coche y el móvil, cada cual en una parte distinta de la casa y se marchó. Antes de cruzar el umbral de la puerta, vislumbro una huella encima de la colcha, una huella grande, como de un tigre, giró la cabeza y cerró de un fuerte ruido. Fuera, en la calle, ya se podían oír los ruidos de los coches que empezaban a marcharse.

1 comentario:

  1. Es muy bueno. Se nota que has mejorado mucho escribiendo, creo que es lo mejor que has escrito.

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